El arte como herramienta de supervivencia social

El deporte, la recuperación de espacios y, sobre todo, la cultura, son los cimientos invisibles pero irremplazables para una sociedad más próspera y segura.

En la sociedad actual, regida por métricas de inmediatez y rendimiento, a menudo se comete el grave error de reducir el arte a un mero ornamento; un ejercicio recreativo donde la pasión creadora parece ajena a la rentabilidad o la utilidad pública. Se percibe al artista como un ente desconectado de la realidad productiva y a la cultura como el primer rubro sacrificable en tiempos de austeridad. Sin embargo, esta visión miope pasa por alto un valor fundamental: el arte no es solo un elemento estético para el disfrute de una élite, sino un motor indispensable para el fortalecimiento del tejido social y una herramienta eficaz para abordar problemáticas comunitarias complejas.

No estamos hablando de decoración, estamos hablando de supervivencia social ante una desigualdad lacerante y una violencia que amenaza con normalizarse en nuestra vida cotidiana. Las estrategias convencionales de seguridad y contención se quedan cortas; los muros y las patrullas no sanan heridas profundas. Es ahí donde la cultura entra no como un accesorio, sino como un frente de batalla necesario para recuperar la dignidad y la esperanza.

La cultura como frente de batalla

Desde la intervención de espacios públicos —que dignifica zonas históricamente marginadas— hasta la implementación de programas culturales en contextos de vulnerabilidad, la cultura demuestra su capacidad para transformar realidades físicas y psicológicas. Un callejón iluminado por un mural deja de ser un escondite para el crimen y se convierte en un punto de orgullo vecinal. Una plaza ocupada por una obra de teatro deja de ser territorio de nadie para convertirse en ágora.

Por lo anterior, cobra vital importancia el concepto de Cultura de Paz. En consonancia con el Plan Nacional de Desarrollo, que prioriza la “reconstrucción del tejido social” sobre el uso exclusivo de la fuerza, este enfoque fomenta valores y actitudes orientados a la prevención del conflicto. Bajo esta premisa, el arte actúa como un eje transversal con el poder de materializar estos objetivos. El arte es el lenguaje universal capaz de derribar las barreras de clase, código postal y origen que nuestra sociedad demanda derribar para reencontrarse. Donde la política divide, la expresión cultural une.

Juventudes: convertir la frustración en creación

Esta potencia transformadora se manifiesta con claridad devastadora en las juventudes. Hoy, ser joven en muchos contextos de nuestro país implica navegar entre la falta de oportunidades y la tentación de caminos fáciles pero destructivos. Cuando un colectivo de jóvenes, movido por la urgencia de ser escuchado, toma un muro, una cámara fotográfica o un escenario, ocurre un fenómeno político y social profundo: la frustración acumulada se convierte en creación.

El acto creativo ofrece algo que la violencia promete pero cobra muy caro: sentido de pertenencia. Al formar una compañía de danza, un colectivo fotográfico o una banda de música, se forja camaradería, identidad y orgullo. El joven deja de ser un sujeto pasivo o una estadística de riesgo para convertirse en un creador, un protagonista de su propia narrativa. A medida que estos modelos se replican, el tejido social sana porque se validan voces que antes eran invisibles. Se les dice: “Tu historia importa”.

El error de temer a la “visceralidad”

Es cierto que la juventud, por naturaleza, desafía el statu quo. A menudo, el sistema institucional etiqueta esa energía como “visceral”, inmadura o caótica, cometiendo el grave error de relegarla o intentar domesticarla. Pero es precisamente esa “visceralidad”, esa pasión desbordada, la chispa necesaria para la innovación y el cambio real.

Es crucial establecer una alianza intergeneracional donde la experiencia política y empresarial no sofoque, sino que respalde y canalice el ímpetu joven. Los gestores culturales y los líderes comunitarios no deben actuar como censores, sino como mentores. Necesitamos dejar de ser espectadores pasivos o jueces distantes para convertirnos en facilitadores del futuro, proporcionando las herramientas técnicas y los espacios seguros para que esa energía estalle en colores y formas, y no en violencia.

La permanencia histórica: El arte como testigo

Un valor añadido del arte frente es su permanencia histórica. A diferencia de la mayoría de iniciativas coyunturales que expiran rápidamente, el arte perdura y define identidades a largo plazo.

Volvamos la vista al Muralismo Mexicano. No fueron simples pinturas decorativas; fueron manifiestos visuales que definieron la identidad de una nación entera tras la fragmentación de la Revolución. Orozco, Rivera y Siqueiros no solo decoraron muros; plasmaron la realidad cruda, la injusticia y la aspiración de un pueblo, creando un mensaje que, décadas después, sigue vibrando en nuestros edificios públicos. Esa es la potencia del arte: conectar con la fibra emocional más profunda de la ciudadanía y recordarles quiénes son y de dónde vienen. 

La inteligencia de lo preventivo

Debemos ser claros y pragmáticos: la paz se teje en el territorio, metro a metro. Como lo documenta México Evalúa en su reporte “La otra vía es posible” (2025), es plenamente factible construir el cambio desde lo local, pero esto requiere estrategias integrales. No basta con un taller de fin de semana; se requiere una institucionalidad sólida que garantice que los proyectos culturales sobrevivan al pasar del tiempo.

Es necesario un trabajo coordinado para convertir las actividades artísticas en verdaderos escudos comunitarios. Debemos cambiar radicalmente la narrativa: transitar de la obsesión por lo punitivo —que consume inmensos recursos en castigo y encierro— a la inteligencia de lo preventivo. Invertir en una cámara, en instrumentos musicales o en la recuperación de una cancha es infinitamente más económico y humano que invertir en el sistema penitenciario. El deporte, la recuperación de espacios y, sobre todo, la cultura, son los cimientos invisibles pero irremplazables para una sociedad más próspera y segura.

Conclusión: El gestor cultural como agente de cambio

Para finalizar, es imperativo revalorar las figuras del artista y del gestor cultural. Ya no pueden ser vistos como solicitantes de caridad o animadores de eventos sociales. Son, en realidad, agentes de cambio estratégico, ingenieros de la cohesión social y diplomáticos en territorios en conflicto.

Invertir en las juventudes y en su expresión cultural no es un gasto a fondo perdido, es una apuesta por la estabilidad, el arraigo y la paz duradera. Porque una sociedad que invierte en su cultura, que protege a sus creadores y que escucha a sus jóvenes, es, inevitablemente, una sociedad que está invirtiendo en su propio desarrollo y garantizando su futuro.

Fuentes:
1. “La otra vía es posible: Violencia se reduce en 13 ciudades que implementan políticas preventivas”. México Evalúa, julio 2025.

2. Gobierno de México. “Plan Nacional de Desarrollo 2025-2030”. Eje I: Política y Gobierno (Cambio de paradigma en seguridad). Diario Oficial de la Federación, 2025.

Edson Reyes
Fotógrafo documental y gestor cultural

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